Las fábulas del general
Basada en corrupción y mentiras, la historia del colombiano Óscar
Naranjo
Asesinato y nexos con
el narco, delitos imputados al policía
Producto de
exportación de EU para países del subcontinente
Por Carlos Fazio
El general colombiano Óscar Naranjo (Bogotá, 1956) es un fiasco; un
ídolo con pies de barro que se ha fabricado una historia con base en mentiras y
falsedades.
Durante más de tres décadas formó parte de un macropoder, la Policía
Nacional de Colombia, que a partir de una estructura militar –de ahí su rango
de general de cuatro estrellas– opera institucionalmente como verdadero
paraejército u organismo paramilitar compuesto por 167 mil efectivos. Graduado
en montajes mediáticos y otros trucos sucios, Naranjo, hombre de la Agencia
Antidrogas estadunidense (DEA) y producto de exportación de Washington para el
subcontinente, tiene una orden de arresto por asesinato, girada por un tribunal
de Sucumbíos, Ecuador, y ha sido incriminado por sus nexos con el ex capo del
Norte del Valle, Wílber Varela, en el juicio que se ventila actualmente en la
corte del distrito Este de Virginia, Estados Unidos.
Desde los sótanos de los servicios de inteligencia de la Policía
Nacional, Naranjo es uno de los arquitectos de la actual narcodemocracia
colombiana. En los años 90, a la sombra de su mentor, el general Rosso José
Serrano –inventor del mito sobre el mejor policía del mundo–, el entonces
coronel Naranjo logró sobrevivir con habilidad a sucesivas purgas en una
institución signada por corrupción, robo, malversaciones, dádivas, lujos,
montajes y falsedades. Sus habilidades tienen que ver con su cargo como jefe de
la Central de Inteligencia de la Policía (Cipol), y con su principal
especialidad, las chuzadas telefónicas, como se conocen la intercepción y
grabación ilegal y clandestina de comunicaciones y conversaciones de ministros,
militares, magistrados, fiscales, políticos, empresarios y traficantes de
droga.
Junto con los narcogenerales Rosso Serrano y Leonardo Gallego, Naranjo
formó parte del llamado trío de oro del presidente Ernesto Samper Pizano
(1994-1998). Pero ya antes, las hazañas del trío habían sido posicionadas
mediáticamente por sus manejadores externos en la DEA, la Oficina Federal de
Investigación (FBI, por sus siglas en inglés), la central de inteligencia
estadunidense (CIA, por sus siglas en el mismo idioma) y la Agencia Nacional de
Seguridad de Estados Unidos. La fama pública les llegó cuando integraron la
cúpula del llamado Bloque de Búsqueda, una unidad especializada de la Policía
Nacional cuya misión fue encontrar y eliminar al traficante de drogas Pablo
Escobar. La unidad recibió millonarias contribuciones secretas y asistencia
tecnológica, militar y estratégica in situ de las agencias de seguridad
estadunidenses, que reditaron en Colombia viejas modalidades de las guerras sucias
de contrainsurgencia en Vietnam, Argentina, Uruguay, El Salvador y Guatemala.
En particular, la creación del escuadrón de la muerte Los Pepes, encabezado por
Fidel Castaño, hermano del líder paramilitar Carlos Castaño, en cuyo
establecimiento, capacitación y apoyo jugó un papel principal la CIA.
La creación del Bloque de Búsqueda por Estados Unidos en Colombia se dio
en el contexto de las actividades militares encubiertas autorizadas en 1989 por
el presidente George Bush (padre), bajo el nombre clave de Heavy Shadow,
destinadas a localizar a los jefes del cártel de Medellín. Para ello, el
gobierno y la policía colombianos se aliaron con el cártel de Cali y antiguos
secuaces de Escobar, incluidos los hombres que después dirigirían las milicias
de extrema derecha conocidas como Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Una
alianza entre dios y el diablo.
Bajo el mando operativo del embajador estadunidense Morris D. Busby y el
jefe de la estación de la CIA en Bogotá, Bill Wagner, las agencias de
Washington monitoreaban, grababan conversaciones y proporcionaban información
de inteligencia, el Bloque de Búsqueda del entonces coronel Gallego hacía los
allanamientos y Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), las ejecuciones. El
grupo paramilitar se embarcó en una campaña de atentados y asesinatos dirigidos
contra abogados, banqueros, blanqueadores de dinero y familiares del entorno de
Escobar. A sus víctimas les colgaban un cartel al cuello que decía “Por
trabajar con los narcoterroristas y el asesino de bebés, Pablo Escobar. Por
Colombia. Los Pepes”. Se estima en 300 las ejecuciones de ese escuadrón de la
muerte.
En 1993, el entonces fiscal general de Colombia, Gustavo de Greiff,
reveló a funcionarios estadunidenses que tenía pruebas firmes de que varios
oficiales del Bloque de Búsqueda estaban trabajando con Los Pepes y que podían
ser acusados de soborno, tráfico de drogas, tortura, secuestro y, posiblemente,
asesinato. En un documento, el jefe de la DEA en Bogotá, Joe Toft, reconoció la
realización de operaciones conjuntas del Bloque y Los Pepes, que derivaron en
secuestros y asesinatos. A su vez, el teniente general del Estado Mayor
Conjunto del Pentágono, Jack Sheenan, afirmó que dos analistas de la CIA le
informaron sobre los vínculos entre el Bloque, Los Pepes y las fuerzas
estadunidenses en Colombia. Según Sheenan, las tácticas empleadas por los
paramilitares eran similares a las enseñadas por la CIA al Bloque de Búsqueda y
la información de inteligencia recabada por las agencias estadunidenses se
compartía con el escuadrón de la muerte.
Óscar Naranjo, entonces jefe de inteligencia del Bloque de Búsqueda,
aceptó una cercana relación de trabajo con el cártel de Cali (de los hermanos
Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela) y los criminales de Fidel Castaño –que
está en los orígenes del narcoparamilitarismo colombiano–, aunque por razones
curriculares y de imagen sufrió una pérdida selectiva de memoria y hasta hoy
minimiza ese sangriento matrimonio por conveniencia. Lo que no desperdició fue
su actividad como peón de la DEA, la FBI y la CIA en la cacería de Pablo
Escobar: es el policía colombiano que dirigió la triangulación de telefonía
celular que permitió detectar y matar al jefe del cártel de Medellín el 2 de
diciembre de 1993. Su oficina encubierta estaba ubicada en el hotel Tequendama
y su cobertura de fachada era la de un ejecutivo de ventas de una empresa
ficticia: RG Comerciales.
Sobre mitos, malversaciones y transparencia
Toda la misión de seguimiento estuvo viciada por la asociación del
Bloque de Búsqueda con elementos criminales. Cumplida la misión, Los Pepes
desaparecieron. Nunca se enjuició a nadie por los crímenes cometidos. Todos
fingieron demencia. El apoyo de Washington a Colombia nunca flaqueó. Meses
después de la muerte de Escobar, el ex jefe de la DEA en Bogotá reveló una
serie de cintas que contenían intercepciones telefónicas de las que se
desprendían que los traficantes de cocaína de Cali, competidores de los de
Medellín, habían ayudado a financiar la campaña presidencial de Ernesto Samper
con 6 millones de dólares.
El escándalo sería conocido como el Proceso 8000. Para limpiar su nombre
Samper no tuvo más opción que hacerle la guerra a sus benefactores. La autofama
de James Bond criollo que logró manufacturar Óscar Naranjo tiene que ver,
precisamente, con la operación de lavandería que él y su jefe, el general Rosso
José Serrano –vendido mediáticamente como la nueva imagen de la policía–
tramaron para cubrirle la espalda al corrupto presidente Samper (1994-1998). Es
decir, para maquillar y blanquear la golpeada figura del comandante en jefe en
momentos en que, tras la filtración por la DEA de los narcocasetes, era acosado
por Washington.
Como parte de la operación se incluyeron publicitadas y millonarias
recompensas para quien aportara información que condujera al desmantelamiento
del cártel de Cali. La medida dio resultados en tiempo récord. Entre junio y
agosto de 1995 se produjeron las espectaculares capturas de Gilberto Rodríguez
Orejuela, El Ajedrecista y su hermano Miguel, alias El Señor. La batida sin
precedente del Bloque de Búsqueda fue publicitada con avisos pagados en la
prensa de Estados Unidos y las detenciones catapultaron la fama pública del
general Serrano, y su cerebro, Óscar Naranjo.
Pocos se enteraron entonces que la gran hazaña del dúo había sido
preprogramada. Que contrario a lo que se vendió a los medios sobre los “grandes
operativos” del Bloque de Búsqueda contra el cártel de Cali, en la detención de
los hermanos Rodríguez Orejuela no existió una limpia y exitosa operación policial,
sino una entrega negociada entre éstos y el gobierno de Samper. Y lo que es
peor, según consta en el libro El general serrucho –escrito por Manuel Vicente
Peña, con información de un grupo de oficiales, suboficiales y civiles de la
Policía Nacional–, la mayor parte del dinero de la recompensa desapareció en la
oficina del nuevo héroe nacional colombiano, Rosso José Serrano, con la
complicidad de su socio Naranjo y el encubrimiento de sus patrocinadores en un
ala de la DEA estadunidense.
A la sazón, Serrano y Naranjo eran los encargados de manejar los gastos
reservados contra el narcotráfico. En ese periodo se dispararon los pagos de
millonarias recompensas a supuestos informantes, que se legalizaban con un
simple recibo firmado por oficiales al servicio de ambos. Si la Policía
Nacional tenía la mejor central de inteligencia del mundo después de la CIA, al
mando de Naranjo, como presumía Serrano, ¿por qué se pagaron tantas
recompensas? De acuerdo con Manuel Vicente Peña, la razón es simple: Serrano y
Naranjo se robaron las recompensas del caso Rodríguez Orejuela y otras que,
invariablemente, fueron entregadas a presuntos informantes. La transparencia,
pues, no es un atributo de Naranjo.
Volviendo al mito sobre la captura de los jefes del cártel de Cali, la verdad
demoraría un par de años en salir a la luz pública. En 1997, en una corte
federal de Miami se presentaron evidencias de la narcocolecta de los hermanos
Rodríguez Orejuela que condujo a Samper al sillón del Palacio de Nariño. Según
testimonios judiciales del ex contador del grupo criminal, Guillermo Palomari,
la cúpula mafiosa caleña había cenado con el candidato Ernesto Samper antes de
la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1994. Entre otros
acuerdos, allí se habría planeado la entrega pactada de los jefes del grupo
criminal caleño y su no extradición a Estados Unidos.
En la cúspide de la popularidad, el sagaz Naranjo promovió en Washington
a su jefe Serrano como candidato a remplazar al italiano Piero Arlaqui para el
cargo de zar antidrogas de la Organización de las Naciones Unidas. Serrano
había estrechado relaciones con el corrompido senador republicano estadunidense
Benjamin Gilman, quien utilizó al general colombiano para ganarse jugosas
comisiones de la empresa Sikorsky, que produce los helicópteros Black Hawk
(Halcón Negro), seis de los cuales fueron donados a Colombia. También promovió
la idea –sugerida por sus tutores en Washington–, de que Estados Unidos creara
una DEA andina. Pero la maniobra no funcionó.
Involucrado en
un juicio penal, Óscar Naranjo, conocido como el superpolicía colombiano,
renunció a su cargo el pasado 12 de junio y anunció que ahora será asesor
externo en materia de narcotráfico. Foto Francisco Olvera
Eran los días en que una camarilla de periodistas lambiscones,
alimentados por sustanciosos pagos del jefe de prensa de la Policía Nacional,
Carlos Perdomo –quien manejaba 60 millones de pesos mensuales sacado del
presupuesto de gastos reservados para pagar la nómina de reporteros que cubrían
la fuente–, ayudaban a fabricar la imagen de Rosso José Serrano como el mejor
policía del mundo, mito que heredaría, años después, Óscar Naranjo.
Supuestamente, tal distinción le habría sido conferida a Serrano en Salt Lake,
Estados Unidos, durante un acto policial, según se apuntó en un panfleto
publicado por Carlos Perdomo para homenajear a su jefe. Pero se trata de un
título fantasma, parte de un montaje publicitario.
El James Bond criollo
A la vez, el propio Naranjo utilizó a periodistas como Alirio Bustos, de
la sección judicial del diario El Tiempo, para construirse su propia imagen. De
él, escribió Bustos: “Su nombre es sinónimo de peligro, temor y respeto para
los delincuentes (…) Es un policía totalmente atípico; con decir que sus ratos
libres los dedica a la pintura y a la literatura. Es más, su vestir con
impecables trajes de paño inglés, su pinta de modelo, la profundidad de sus
conceptos, el señorío con que habla, dan la sensación de que es algo así como
el James Bond criollo”.
Dotada de tecnología de punta entregada por el Pentágono, la Central de
Inteligencia de la Policía aparecía entre las más modernas del mundo. El
entonces coronel Naranjo se jactaba de los sofisticados satélites de Estados
Unidos que detectaban la coca y las comunicaciones de los traficantes de droga,
pero no, paradójicamente, la gran corrupción al interior de la Policía
Nacional. La CIP se especializó en intervenir toda clase de teléfonos. La
información estratégica producto del espionaje se convirtió en un negocio
lucrativo. Para ello crearon una sala de grabaciones clandestinas donde se
manufacturaron los famosos narcocasetes. Traficantes y personajes de la vida
pública, que resultaron involucrados en comprometedoras conversaciones fueron
chantajeados y extorsionados por los chuzadores de Naranjo. Pronto, varios
escándalos de mordidas envolvieron a la inteligencia policial, y una docena de
tenientes coroneles, mayores y capitanes del equipo de Naranjo fueron puestos
en la picota. Algunos tuvieron que salir a un exilio dorado en Estados Unidos y
México.
La banda de oficiales de Naranjo elaboró trabajos clandestinos para
satanizar a generales, activos y en retiro, que sirvieron para manipular al
Congreso de Estados Unidos. Al potenciar la inefectividad del Ejército se
buscaba que se canalizara más ayuda a la Policía Nacional. También
interceptaron conversaciones del candidato presidencial liberal Álvaro Uribe y
otros políticos opositores. La trama de escuchas y seguimientos afectó a
magistrados, jueces, fiscales, industriales y traficantes. Según el libro de
Manuel Vicente Peña, se produjeron más de mil casetes producto de grabaciones
ilegales…
Para las elecciones de 1998, Serrano y Naranjo apostaron por el
lugarteniente de Samper, Horacio Serpa. ¿La intención? Que si llegaba a la
presidencia de la República creara el Ministerio de la Seguridad Pública. El
proyecto fue ideado por Naranjo, cerebro detrás de todas las maquinaciones del
general Serrano. El proyecto consistía en fundir en un solo organismo a la
Policía Nacional, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el
Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, lo que resultaría en la cartera
más poderosa de Colombia, respaldada con una fuerza armada de 200 mil
efectivos. Con ese ministerio, Naranjo pretendía restarles peso a las fuerzas
militares, especialmente al Ejército, considerado enemigo de la Policía
Nacional. Y elevar a su jefe, el hombre duro de Colombia, Rosso José Serrano.
Pero Serpa no ganó y el narcogeneral Serrano dejó la dirección de la
policía en junio de 2000. Aunque antes se las ingenió para que el coronel
chuzador de la CIP, Naranjo, fuera premiado con una comisión de 13 meses en la
Universidad de Harvard, con todos los gastos pagados y sueldo en dólares.
Los secretos del general de Naranjo
Tras un pasaje por la agregaduría policial de la embajada de Colombia en
el Reino Unido, en 2005, ya ascendido a general, Óscar Naranjo asumió la
Dirección de Investigación Criminal e Interpol, dependiente de la Policía
Nacional. Y en 2007, el presidente Álvaro Uribe, tras el desplazamiento de 12
generales, lo nombró director de la policía. Su poder fue enorme; nadie le
hacía sombra en la institución.
Pero el ambicioso e inamovible hombre clave de la DEA en el gobierno de
Uribe se vería salpicado por el asesinato del ex capo del cártel de Norte del
Valle Wílber Varela, alias Jabón, en Mérida, Venezuela. La larga mano de la
Seguridad Democrática alcanzó al mafioso que podría revelar los nexos de Uribe
y Naranjo con ese grupo criminal. Los vínculos de Naranjo y Varela habían sido
metódicamente ocultados. En 2004, un fiscal antimafia aseguró que Naranjo
estaba siendo investigado por brindar protección al cártel de Norte del Valle.
Pero la prensa no le movió. Antes bien, seguía promoviendo la imagen del
legendario policía que había desmantelado los cárteles de Medellín y Cali y que
más sabía de inteligencia militar en América Latina.
Sus días de máxima gloria llegarían en marzo de 2008, tras la acción
criminal del gobierno colombiano en la región del Sucumbíos, Ecuador. El acto
de guerra, conocido como Operación Fénix fue planificado, organizado y dirigido
por operadores encubiertos de la administración Bush. Fue una acción violatoria
de la soberanía nacional ecuatoriana y de los principios del derecho
internacional, y derivó en la muerte del comandante de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), Raúl Reyes, y otras 24 personas, entre
ellas, cuatro estudiantes mexicanos.
En esa coyuntura, Naranjo emergió como vocero político del presidente
Álvaro Uribe. Él manejó el montaje sobre los presuntos correos de la
computadora de Reyes, con los que se pretendió vincular a las FARC con los
gobiernos de Venezuela y Ecuador. Poco después, un juez de Nueva Loja, en la
provincia de Sucumbíos, lo acusó de asesinato, de conformidad con el artículo
224 del Código de Procedimiento Penal ecuatoriano. Esa orden de captura sigue
vigente.
En 2010, el presidente Juan Manuel Santos, quien era ministro de Defensa
cuando el ataque a Sucumbíos, ascendió a Óscar Naranjo a general de cuatro
estrellas, rango nunca alcanzado por un policía colombiano. Sin embargo, el
declive del James Bond criollo había comenzado. Pronto se producirían las
revelaciones judiciales que lo vincularían con Carlos Castaño, jefe de las
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Según el diario colombiano El
Espectador, sus acusadores son nada menos que los extraditados jefes del
paramilitarismo Salvatore Mancuso y Carlos Mario Jiménez, alias Macaco. La
imputación contra Naranjo figura en el juicio contra el general de la policía, Mauricio
Santoyo, formulada por un fiscal de la corte del distrito Este de Virginia,
Estados Unidos, y causa hoy revuelo en Colombia. Según Mancuso, el
intermediario de Naranjo con Castaño era el narcotraficante Gabriel Puerta. A
su vez, Macaco ha vuelto a reflotar los vínculos del ex capo del Norte del
Valle Wílber Varela, con Naranjo.
De prosperar, el juicio podría involucrar a Óscar Naranjo con
ejecuciones sumarias, torturas, desapariciones, matanzas y el traqueteo de
drogas durante los cuatro anteriores gobiernos de Colombia. Y de acuerdo con
una fuente bogotana, las declaraciones del narcotraficante y paramilitar Diego
Fernando Murillo, Don Berna, viejo conocido de Naranjo, podrían terminar de
hundirlo. Murillo, extraditado a Estados Unidos en 2008, fue el jefe de la
extinta banda criminal La Terraza, luego fue la cabeza de la asociación
criminal conocida como Oficina de Envigado y más tarde fue miembro y uno de los
voceros de las AUC. Sabe mucho.
Tal vez por eso, el mejor policía del mundo decidió renunciar a su cargo
como director de la institución el pasado 12 de junio. Su dimisión y el anuncio
de su nueva ocupación, como asesor externo en materia de guerra a las drogas
del priísta Enrique Peña Nieto, si es electo presidente el domingo primero de
julio, fue precedida de otro montaje: la condecoración en Bogotá a la
procuradora general de la República, Marisela Morales, con quien integra parte
de una telaraña de seguridad al servicio de Washington.
Protegido del actual director de la DEA, Óscar Naranjo es uno de los
constructores de lo que el historiador Forrest Hylton, de la Universidad de
Nueva York, llama la República de la cocaína y de la brutal combinación de
terror, expropiación y pobreza que existe hoy en Colombia. Un país gobernado
por una oligarquía criminal que se nutre de los dineros del tráfico de drogas,
en colusión con militares, policías y paramilitares violadores de los derechos
humanos.
El fichaje de Naranjo por el PRI se produjo después de las presiones de
Estados Unidos sobre Peña Nieto, ante un eventual cambio de política respecto
de los grupos criminales mexicanos, si llega a la Presidencia. Aunque ya antes,
entrevistado por la periodista colombiana Silvana Paternostro, Peña dijo que si
llegaba al gobierno su perfil no sería el de Clinton o Lula, sino el de Álvaro
Uribe.
La reciente visita a Colombia del ex director de la CIA y actual jefe
del Pentágono, León Panetta, podría tener que ver con el nuevo destino de
Naranjo. En el contexto del Plan Colombia, desde hace años Washington ha utilizado
al país sudamericano para exportar conocimiento y capacidades en materia de
seguridad, especialmente a México y Centroamérica.
Como consignó Raúl Zibechi, la Estrategia de Defensa difundida por el
presidente Barack Obama en enero pasado propone crear asociaciones (building
partnerships), en forma de una red de alianzas alrededor del globo, a las que
se privilegiará con transferencia de tecnología, intercambio de inteligencia y
ventas militares al extranjero. En enero del año pasado, The Washington Post
publicó un extenso reportaje donde consignaba que 7 mil policías y militares
mexicanos fueron entrenados por asesores colombianos. Según el diario
estadunidense, Washington recurre a colombianos para sortear el nacionalismo
antiyanqui existente en México. En ese contexto, la experiencia y capacidades
de Naranjo lo convierten en un producto de exportación estadunidense. Sin duda,
podrá aportar a la consolidación de la narcocracia mexicana, con la que ya
tiene viejas ligas. Pero es un cartucho quemado.
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